Cuento en memoria de Diana P. Vélez. (Q.E.P.D)
Soy Diana, tengo 44 años. Dos hijas, una de 6 añitos y otra de 24. Me case con Osquitar, mi amor de toda la vida. Hemos sido felices, aunque hemos lidiado mucho con los problemas de plata. Casi no alcanza, pese a los sacrificios que hacemos para estirarla.
Hace días tengo mareos, que van y vienen, taquicardias que se me pasan, desaliento… Esta mañana me dio un mareo tan fuerte que casi me caigo. Volvió a repetirse al mediodía, y me desmayé por completo. Perdí el sentido. Luisa vino corriendo y me encontró tirada en la cocina. Empezó a gritar, mi niña que se pone tan nerviosa...vino mi pequeña Lucía y se puso a llorar...mami...mami… Mi hermana Clara intentaba darme agua, me ventilaba, me daba a oler alcohol… Yo no reaccionaba. Así que, me montaron en un taxi y nos fuimos a policlínica... yo sentía la angustia de todos. El carro pitaba, trancones por todos lados...el conductor maldecía a los que habían dañado los semáforos. Esa vía de por si era congestionada y se hacían muchos “atrancones”, ahora más sin semáforos y con la tensión de las marchas...pitaba…sacaba el trapo rojo de dulce abrigo….
Llegamos, me sentaron en una silla de ruedas...entré al salón de urgencias inconsciente, babeando. Me acostaron en una camilla, revisaron mis signos vitales y casi que de inmediato procedieron a comunicar a mi familia que se me había bajado la glucosa y que era urgente entubarme porque tenía dificultad respiratoria…
Osquitar medio aturdido, sin entender del todo (como le sucede a la gente en urgencias) firmó los papeles mientras me realizaban el procedimiento. Yo quería hablar, abrir mis ojos, pedir que Oscar me acompañara, calmar a Luisa, abrazar a Lucía, pero no podía. Escucho voces ajenas, estoy en un cuarto estrecho, oigo quejidos… respiro con dificultad, me ponen al rato una sonda en la vagina, me chuzan… las enfermeras buscan mis venas…
Viene Luisa a verme, la escucho, siento su olor. Me dice “mamita te traje pañales, por ahora no necesitas pijama porque te están monitoreando con todos estos aparatos, mamita recupérese por favor… yo la amo mucho…”
Se va, al rato entra mi Osquitar, me besa la frente, me toma la mano, ve los moretones que tengo, se me acerca de nuevo, siento sus lágrimas…El vigilante y la enfermera le dicen que tiene que salir, que están buscando una cama en la UCI pero no hay, que por ahora me prestaran todos los cuidados en esta sala de urgencias. Puede quedarse un familiar afuera en la sala de espera por si se necesita algo. El médico internista hablará con ustedes más tarde…
Yo quiero tomarlo de la mano, no quiero que se vaya, quiero que se quede aquí conmigo… pero él sale vestido con su timidez habitual y su dolor que no logra expresar.
A mi lado hay un anciano, escucho que tiene un problema de insuficiencia renal, tiene delirio y por eso grita y llama a Marlene... pide que lo suelten, que le expliquen por qué está amarrado de la cama...grita y dice palabras soeces.
Varias mujeres han venido a visitarlo, escucho sus voces y siento sus olores. Le hablan al abuelo, cada una en su momento, con sus palabras.
Las horas se detienen, escucho heridos, lamentos, monitores que suenan, enfermeras que me atienden y hablan cosas entre ellas. Mi cuerpo no me pertenece, no puedo cubrirlo, ellas me sienten muy fría y me ponen unas medias. Me limpian las secreciones, me acomodan, respiro espaciado haciendo un esfuerzo enorme por tomar algo de aire. Luisa viene de nuevo, llora mucho, me dice que me ama, que me ama. Una mujer que entró a visitar el abuelo, me ve, ora por mí, ora por Luisa, la anima a acercarse a Dios, cree que yo puedo mejorar. No sabe que los médicos ya dijeron que no se puede hacer nada, que estoy muriendo… Luisa me besa, toca mi cabello y se tiene que ir… tiene que salir.
La mujer que ora por mí, sigue haciéndolo en diferentes momentos. Pero ella está perturbada y trata de calmar a su padre que se ha puesto muy agresivo. Ella no se da cuenta de que ya estoy muerta, me fui delante de sus ojos. Ella estaba angustiada porque en ese momento entró un hombre con quemaduras serias, una chica que habían apuñalado, y claro su papá gritando y sacudiendo las varillas de la camilla.
Veo una luz clara, tengo paz. Veo a la gente en esa habitación, corren, llenan informes, suturan, ajustan el suero, los veo. Me veo a mi misma, mis uñas a medio pintar, mis medias, la tobillera que me había hecho Lucía con perlitas blancas… No veo a nadie de los míos. Veo a esta mujer, ora otra vez, me dice que Jesús me ama, me dice que no estoy sola, me acaricia el brazo, llora y lamenta que ninguno de los míos hubiera estado allí para despedirme. Ella lo hace a su manera. En lugar de mi familia, una desconocida me despide.
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