Cuentos cortos de hombres buenos
No tenía conciencia de en qué momento se había convertido en el enfermero de sus hijos. Quizás fue en esas noches de trasnochos cuando los niños se despertaban llorando. Aprendió a reconocer los signos de la fiebre, usar el termómetro, el dosificador y la cantidad de medicamento. Como eran tres pequeños, los virus caían de manera simultánea.
Muchas veces estuvo en urgencias, él a cargo del hijo del medio y la mamá con el bebé. No era el lugar que más le gustaba visitar, pero aprendió a entender que eran cosas propias de la edad de los niños. Muchas veces se angustió, se sintió impotente; pero nunca desistió de acompañar en estos momentos.
Los chicos crecieron, tenían entre ocho y diez años. Los accidentes ahora eran de otro calibre: puyas en las manos y pies (a causa de jugar en los árboles y de ir corriendo sin zapatos por todos lados) Papá en la noche, después del baño era el enfermero que ponía alcohol en la herida, y con aguja desinfectada comenzaba el procedimiento de la extracción del pedacito de madera encarnado. Mamá alumbraba la herida con la literna y era su acudiente. La escena se repitió ene veces con cada uno de los niños, y era él quien tenía la paciencia y la ternura para atender a sus niños. En otras ocasiones con complicaciones mayores que requerían atención de urgencias, fue papá quien los llevó al hospital, recibió las indicaciones y aplicó los procedimientos en casa.
A veces, cuando se sentían con malestar en la madrugada, iban a buscar a su papá y él se levantaba para cuidarlos. A diferencia de la mamá, a él le sobraba paciencia.
Hoy sigue siendo el enfermero, sabe de cuidar y amar. Los hijos son adultos, y se cuidan bastante bien. A veces vienen y le cuentan de otras heridas que no sanan con tanta facilidad. Papá ora constantemente por ellos, y confía sus vidas en manos del Padre Dios.
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